lo que queda no es furia, es aburrimiento y soledad. lo que viene no es estallido, es la entrega total.

lo que queda no es furia, es aburrimiento y soledad. lo que viene no es estallido, es la entrega total.
de Sara Facio, nuestra siempre.

La apatía no es un fenómeno nuevo, existe desde hace mucho. Como desde hace mucho existe una necesidad estridente de huirle al oleaje que insiste en un adormecimiento que no es nuestro, es importado, no nos pertenece como nunca nos pertenecieron los sandwiches de mantequilla de maní y mermelada ni la necesidad de que la fiesta termine antes de que se haga de día. Así y todo, la pandemia caló hondo en homogeneizar nuestros impulsos, y hoy por hoy verse al espejo es mucho más cercano a encontrar un rejunte de tendencias estandarizadas sobre un prototipo yanqui que poco y nada tiene que ver con un país que sí sea nuestro. En las dietéticas, mantequilla de maní y especias con nombres impronunciables se agotan en un segundo; en los bares y centros culturales, un horario de matineé hecho más para contentar al turista europeo que no está acostumbrado a volver a casa antes de las 2am que al niño conurbano que salió con sus amigos a las 7 de la tarde para ver una banda tocar a las 22 y está petrificado de frío en la parada del 166 esperando que el colectivo se digne a pasar. La contracara, es que pasadas las 4am la frecuencia de esa línea es idílica, aparece un bondi cada 10 minutos: el problema con importar deseos y necesidades es que no se condicen con nuestras latencias particulares. Desde las 5 am no hay ni un solo tren en todo AMBA que deje de pasar. Y aún así insistimos en que las luces se apaguen antes de las 3 ¿Quién es el que sale ganando en todo esto? Seamos sinceros, las dinámicas sociales dejaron de ser casualidades hace mucho. Y alguien tiene que estarse beneficiando del adormecimiento cultural. 

El control vino menos en forma de las distopías futuristas con las que fantaseaba Orwell y más en el envase de un deseo que parece propio pero que en realidad llegó a instalarse a través de un influencer-activista-prototipo-de-orador que propone de forma inocente e insistente que quizás cenar a las 19hs no esté tan errado. ¿Cuál sería el problema? Dicen y se dejan vencer. No, no es mejor que las cosas terminen antes. No, no es mejor adoptar costumbres de desayunos gigantescos que nuestros estómagos no están preparados para digerir. No, no es mejor la mantequilla de maní - que, en esto, creo que todos coincidimos en cuestión de sabor; pero detrás de la viralización de la peanut butter hay una presión del lobby nutricionista que quedará a discusión para otro momento-. No, no es mejor resignar la propia cultura por un capricho gestado en medio del imperialismo que hace eco a través de una aplicación comprada por Elon Musk. Hoy por hoy parece que nadie eligió este juego y sin embargo ahora a todos nos toca jugar. Alpiste.


CORONADOS DE GLORIA VIVAMOS O JUREMOS CON GLORIA MORIR.

Parte de hacer propia una pulsión es comprender que no hay motivo válido para que alguien de afuera venga y marque el diámetro de la cancha. En principio, porque jugar de local es enfrentarse a defender lo que es propio, y no lo demás. Quizás el problema empieza cuando la identificación de lo propio y lo ajeno se vuelve borrosa, cuando los límites de la patria se tornan difusos, cuando lo propio se pone en duda. Cuando uno empieza a mirar con sugestión el vivir por vivir, incluso si es siendo uno más de ellos; y con desencanto el morir por morir, incluso si la muerte arriba con la certeza tácita de que ya somos irremediablemente mejor que lo que sea que ellos pudiesen algún día soñar con ser.

Como bien canta nuestro himno, también se puede vivir coronado de gloria; pero para experimentar esa variante uno primero tiene que estar dispuesto a morir de pie. Y el problema que estamos transitando, amigos míos, está mucho más en diálogo con una discapacidad pasional que con un enojo a punto de estallar un edificio por los aires. Aún si el fentanilo no llegó a América Latina, la depresión no es tan lejana en su efecto placebo más inmediato. Menos aún si lo que nos rodea es la incapacidad cultural constante de permanecer en cualquier lugar que no sea semánticamente abusivo. La gente ya no se compromete. Al casamiento, al noviazgo, al futuro, a la paternidad, a la vivienda, a terminar una carrera en la facultad. Todo lo que hay merodeando en internet son placas predigeridas y sin condimento de una variedad infinita de elementos complejos que tuvieron que achicarse, achiclarse, reducirse, sustraerse, simplificarse, achatarse, enjuagarse, masticarse y regurgitarse en un reel, un tiktok o bien un curso pago de cuatro clases por google meets que te ¡asegura! Que de esos encuentros salis, de mínima, articulando conceptos como Heidegger. Y está todo bien, pero yo necesito que la gente se vuelva a recibir. Y que se queden. Necesitamos un compromiso de gloria - por qué no, a veces suicida-, que nos asegure que si el futuro que anhelamos no parece estar a disposición en estos momentos, al menos dentro de 15 años vamos a poder empezar a direccionarlo nosotros con una formalización bajo el brazo. No pueden irse todos del país a probar suerte a España y Alemania, hijos de puta. Alguno tiene que quedarse. Irse es de cagón y de traidor. O, por lo menos, de una apatía preocupante comparado a los próceres sobre los cuales nos construimos en un primer lugar.

La resignación viene condimentada con culpa, claramente, y con una condescendencia asquerosa que nadie quiere ni leer ni escuchar. No me importa si te está yendo bien allá porque acá sucede esto otro, y en efecto las cosas que pasan de verdad solo pasan en este país. Quizás de a ratos olvidados por Dios, pero muy frecuentemente sostenidos sobre el sudor romántico y comprometido de hombres y mujeres que se entienden como parte de un todo con límites clarísimos, definidos y remarcados con microfibra: una Patria con la cantidad apropiada de traumas encima como para saber que habitar su suelo no es para cualquiera, es para quien esté dispuesto a hacer un fuego y sentarse en él si detrás de ese acto subyace la pasión y la resistencia: ni la depresión, ni la resignación, ni la entrega. Esa sintomatología dejémosla para el afuera. Acá ya hay furia; solo resta redireccionarla hacia la construcción y alejarla del derrumbe.