nuestra inocencia todavía da vueltas en el showcenter de haedo

parece mentira, pero la calma solo sabe sostenerse entre ruidos ambiente que superan en familiaridad al silencio. sobre aquellas ondas blancas es que se deposita el peso de crianzas enteras, en ocasiones incluso suponen frecuencias más ordenadas que el sonido de una risa que ya conocíamos de memoria. aromas inconfundibles a caramelo quemado que se mezcla entre luces de neón y gritos de felicidad o de terror, es dificil distinguirlo si igual todavía no sabemos. seguimos haciendo la fila. los sobre-estímulos no nos dejan fantasear porque todo el universo de posibilidades que no sabíamos que existía ya se estaba sucediendo ahí dentro antes de poder nombrarlo; encapsulado entre butacas de cine reclinables con posa vasos incluido: toda una novedad para el momento, la verdadera Revolución. ya dentro del neverland, a los juegos de riesgo los maneja un adolescente precarizado obligado a vestir una chomba de colores estridentes, idéntica a las que usan todos los empleados del rubro mientras, cruzando la puerta de salida, el mundo sigue sucediendo afuera aún sin que sepamos identificar bien si es de día o si la noche ya empezó. para subir a la montaña rusa nos piden medir un mínimo de 1,30. la estratificación social se gesta ahí, en la cadena interminable de humanos pequeños ansiosos por bajarse y listos para volverse a subir.
la única montaña rusa a la que me subí alguna vez: sostenida a 3 metros de distancia del suelo y con una velocidad apenas superior a la de un auto que va a 20km por hora, y sin embargo son pocas las cosas en el mundo que me retraerían a un pánico pánico mayor al de amagar a subirme otra vez a esa atracción. encuentro refugio solo en los spots rebobinados como archivo en formato vhs que mi memoria extrañamente eligió almacenar por sobre otros recuerdos; todo, en una suerte de curaduría categorizada con propiedad como adentro de una carpeta para ocasiones especiales-emergencia insoportable-evento urgente e innegociable-presente insufrible y sin reparo, que me obligue a hallar la huida entre gajos de nostalgia seteados sobre gritos que se expulsan desde adentro de un barco de juguete, gigantesco y monumental que recorre todo el patio de juegos de derecha a izquierda, progresivamente con más intensidad a medida que corren los minutos. cada segundo ahí se sentía como horas / e igual cuando terminaba el turno nos queríamos subir otra vez más. y es que en cada vuelta los niños se asustan y buscan consuelo sin querer bajar, pero ellos, nosotros, todavía no reparan en que nuestros padres y tutores están también paralizados, que no pueden creer que la vida transcurra de un tirón y para siempre ni que eso mismo esté sucediendo ahora, mientras sus hijos gritan y se ríen sin reparo. eso sí que es el terror, y el efecto final es de contagio. pero lo que sucede entre tejos, motos y autitos chocadores es un lenguaje difícil de replicar para alguien que no vio su vida pasar por delante de sus ojos en un establecimiento recóndito sobre güemes, entre haedo y villa sarmiento, en morón, en buenos aires, en una argentina que avanza hacia una cornisa que ya ni siquiera se esfuerza en ser decorada con botones y luces llamativas para la primera infancia. las infancias se mueren y nosotros, entre medio, las dejamos huir.
para un shopping que se dió por muerto más veces de las que se lo nombró en auge, la decadencia no es novedad sino profesía. no puede haber decepción en un abandono premeditado anunciado con tanta anticipación. sucedió en el corralito, sucedió en el macrismo y seguramente suceda con clonaciones animales, invasiones de aliens o cualquiera sea el evento que se atreva a venir después. lo que vemos hoy, no es otra cosa que la conversión naturalizada de una crianza de promesas sin sustento en un espacio liminal, sin gente ni gritos, en la que conviven pianos de cola y canchas de pádel. nada en todo el mundo se salvó de la humillación y este patio de juegos enorme no estaría siendo la excepción. en el establecimiento aún persiste firme, de pie y flameante lo único que ninguna crisis pudo arrasar: el cinema de showcase con funciones a sala llena incluso si en todo el patio de comidas no se aparece ni un solo alma dispuesto a deambular. mismas alfombras de terciopelo, impolutas e incuestionables, inmunes al paso del tiempo. ese rincón de zona oeste que conserva a rajatabla una éstética setentosa obligada, cual patrimonio cultural innegociable. si el rebranding caló ondo en todo el barrio, el bastión de la atemporalidad se condensa entre las salas con funciones de tarde y las de la noche. fibras de tela que nos vieron crecer igual que las mesas circulares de aluminio y los compartimientos de caramelos y golosinas en la entrada principal. el arte, nuevamente, distingue con claridad lo importante de lo bano; baja el consumo de hamburguesas de cadena pero las películas de taquilla se agotan igual. elementos del entramado social que hacen pensar que quizás la resistencia deberá pasar más por prestar atención a los comunes sentidos y un poco menos por buscar imponer un sentido común. en muchas ocasiones, las discusiones se dan entre personas que piensan igual, y por la vorágine de una misma confusión, olvidan que parte importante de mantener algunas conversaciones es primero permitirse escuchar, dejarse seducir, conmoverse junto al otro de una vez en lugar de insistir con asistir la batalla cultural de egos sin fin.
presenciar la decadencia es curioso porque en general uno también crece, se hace y se nutre en composé con aquello que se putrifica. no somos inmunes al ridículo ni parece que podamos atestigüarlo sin perder validez institucional en el interin. no todo tiempo pasado etc. y, sin embargo, al menos en el pasado el derrumbe se resguardaba para especulación potencial y no tanto como presente certero. existe en algunos presentes un nivel de crudeza un poco desigual. y sin embargo, lo atamos entre alambres e hilo encerado como negados, obligados a hacerlo funcionar. resignar porvenires no fue nunca una opción entre las golosinas de ese cine abandonado por el progreso y conservado por la gente. poder es que la gente te quiera, te cuide y te vaya a visitar cada vez que se re-estrena alguna de tarantino o de woody allen; incluso si no hay otra cosa para hacer que valga la pena dentro de aquel shopping ostentoso y maquiavélico, menemista y platinado, hermoso y biengrasa, indecente y bien nuestro. digan lo que quieran pero entre esas columnas, esas alfombras y ese abandono, con sus estructuras sostenidas con chicles viejos y poxyran vencido, yo me entrego al fin de la temporalidad lineal y me encuentro conmigo misma a los cinco años, entregada y ansiosísma, intensamente risueña, inocente y chinchuda por el exceso de estímulo y realizada por estar en ese lugar que es todo mío. solo detrás de esa entrada desmoronada que nada promete, filtro ideal para especuladores y puritanos, redescubro la materialidad que de una vez y para siempre supo ser nuestro amor más importante de todos: el primero.